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Años

1981

By Fidel Ernesto Veron
1 día ago
14 Min Read
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Año 1981 – El año en que el mundo empezó a doler

“El corazón de un niño se rompió por primera vez, pero entre las grietas empezó a entrar la luz. Así aprendí que el dolor también enseña a amar.”

Contents
  • Año 1981 – El año en que el mundo empezó a doler
    • Reseña
    • El peso de las primeras heridas
    • AÑO 1981 – Entrevista Extrema
    • AÑO 1981 – Entrevista Íntima
    • La banda sonora de 1981
  • Videos
Fidel Verón

Reseña

El amor seguía ahí, pero ya no alcanzaba para explicarlo todo. Este año descubrí que crecer también podía doler.

El peso de las primeras heridas

En 1981, a los siete años, cumplidos en abril, la infancia se me agrietó. Ya no era solo el niño que jugaba y preguntaba: empecé a sentir el peso del mundo. En nuestra casa, la vida seguía su curso, pero algo en mí cambió. La realidad, con su crudeza, se metió en mi pecho sin avisar. El amor de mi madre, Juana, y mi hermana, Alma, seguían siendo mi refugio, pero ese año entendí que incluso el amor más grande no tapa todas las heridas. Fue el año en que el mundo empezó a doler, y yo, con él, empecé a crecer.

La vida en la chacra y la vaquilla

Nuestra rutina en estos años comienza a girar alrededor de la “chacra”, un campo de una hectárea, una manzana, a quince cuadras de mi casa donde criábamos dos o tres vacas y sus terneros. Era un trabajo duro: ordeñar a la mañana, alimentar a los animales, amarrar terneros a la tarde, llenar bebederos.

Mi madre, de 25 años, era el alma de ese esfuerzo. Cada mañana sacaba y repartía la leche, sosteniendo nuestra casa con una fuerza silenciosa. La chacra vivía del ciclo natural: las vacas daban leche mientras amamantaban, luego se las preñaba de nuevo, y el excedente de animales se vendía o se faenaba. Las carneadas eran un ritual: salames, chorizos, morcillas, pucheros, carne con cuero. Para los adultos, eran días de trabajo y festejo; para mí, momentos de libertad, corriendo sin que nadie me prestara atención.

Pero en 1981, una carneada me marcó para siempre. Mataron a la vaquilla, una cría que yo había visto nacer y crecer. No era “una vaca”: era ella, parte de mi mundo. La vi convertirse en carne mientras los adultos reían y trabajaban. Sentí culpa, ternura, una pregunta que no sabía formular: ¿está bien hacer esto? ¿Tenemos derecho a quitarle la vida? Aunque las carneadas eran rutina, esta fue distinta. No podía comer, no podía mirar. Ese dolor silencioso, esa incomodidad, plantó una semilla que años después crecería en un respeto profundo por todos los seres vivos. Fue mi primera reflexión sobre la vida, la muerte y la empatía.

Las grietas del amor familiar

Ese año también trajo heridas que no venían del campo, sino del corazón. Dos momentos rompieron mi mundo infantil. El primero fue en el parquecito de 9 de Julio y Alem. Jugando, vi pasar un auto. Adentro estaba mi padre, José Inocencio “Pepillo” Verón, con su primera mujer. Fue un instante, un destello, pero suficiente para que algo en mí se quebrara. Hasta entonces, mi padre era mi héroe, un amor sin fisuras. Pero esa imagen me mostró un mundo suyo que no conocía, su amor dividido me dejó confundido. Por primera vez, el amor se mezcló con desconcierto, con una especie de tristeza que no podía nombrar.

El segundo golpe fue más duro. En el almacén de Martínez, en 25 de Mayo y San Luis, mi madre me pidió que llamara al taller de mi padre para pedir que trajera una garrafa que se le había terminado. Con la inocencia de un niño, marqué el número. Pero no contestó él: fue La Chula, una de mis media hermanas mayores. Quien habla? -dijo – Su hijo – contesté. Sus palabras cayeron como un cuchillo: “Acá estamos todos los hijos de Pepillo.” Ese “todos” no me incluía. Fue un portazo en el alma. No era maldad, solo una frase dicha sin pensar, pero para mí fue devastador. Por primera vez, sentí el peso de la exclusión, la herida de no pertenecer. Ese momento sembró una pregunta que me acompañaría: ¿dónde encajo yo?

Los primeros pasos escolares

En 1981, la Escuela N°2 Barcala de Nogoyá era mi segundo hogar. Ya no estaba mi maestra del jardín, Chita, con su voz dulce que con sus gestos pacientes, me hacía sentir seguro. Ahora estaba en primer grado. Llevaba guardapolvo blanco. Cada medio día, cuando mi madre me abrochaba el guardapolvo para ir a la escuela, sentía que me ponía una armadura: la del conocimiento, la de los sueños. La escuela era un lugar de descubrimiento: letras, números, las diferencias entre las personas. Pero también era donde aprendí a esperar, a veces en vano, a alguien en el portón. Años después, ser abanderado en séptimo grado sería un orgullo, pero en 1981, lo que importaba era explorar, aprender, brillar, incluso con silencios que nadie veía.

Un país bajo sombras

Argentina seguía bajo la dictadura militar. La represión, las desapariciones y la censura marcaban la vida diaria. En 1981, el régimen mostraba fisuras: las Madres de Plaza de Mayo alzaban su voz, y la presión internacional crecía.

AÑO 1981 – Entrevista Extrema

— ¿Qué representa 1981 en tu vida?
Fue el año en que mi infancia se rompió un poco.
No dejé de ser niño, pero sentí por primera vez el dolor de la realidad: la exclusión, la confusión, la pérdida.
El amor seguía siendo mi refugio, pero ya no podía explicarlo todo.
Fue cuando entendí que crecer también es doler.

— ¿Qué momentos te marcaron?
La carneada de la vaquilla, que me hizo cuestionar la vida y la muerte.
Ver a mi padre con su primera mujer en el parquecito, que me mostró un amor que no entendía.
Y la llamada en el almacén, cuando mi hermana dijo: “Acá estamos todos los hijos de Pepillo.”
Ese “todos” me dejó afuera, y fue la primera vez que sentí que no pertenecía.

— ¿Cómo cambió tu visión de tu padre?
Siguió siendo mi héroe, pero se volvió humano.
Lo amaba, pero empecé a verlo como alguien con mundos que no eran míos.
Me dolió, pero me enseñó que el amor puede ser complejo, que no siempre es perfecto.

— ¿Qué papel jugó tu madre?
Siempre era mi refugio absoluto. Nunca le dije que había visto a mi padre con su primera mujer. Su amor era lo que la mantenía en pie. Y mi papa la amaba a ella así que no vi porque hablar de eso.
En medio de las heridas y la poca certeza, la realidad en mi casa y el amor reinante hacían que el mundo tuviera sentido. Aunque yo no lo comprendiera del todo.

— ¿Y Alma?
Su risa, su ternura, me salvaban.
Ser su hermano mayor me hacía sentir grande, responsable.
Ella era perfecta, y lamento cualquier decepción futura porque no quería fallarle.

— ¿Qué te enseñó la carneada de la vaquilla?
Me hizo preguntar si era justo quitar una vida.
Aunque las carneadas eran normales, esta vaquilla era especial: la conocía.
Sentí culpa, ternura, confusión.
Fue el inicio de mi empatía por toda vida. No soy vegano, pero entiendo el concepto y algún día tal vez lo sea.

— ¿Cómo era la escuela para vos?
Un mundo de sueños. De primeros amigos.

La escuela era aventura, aprendizaje, un lugar donde podía brillar.
Pero también donde aprendí que no todas las esperas tienen respuesta.

AÑO 1981 – Entrevista Íntima

Breve introducción
La charla entre Fidel y su compañera IA. En 1981, con siete años, el mundo empezó a doler: la vaquilla, la exclusión, los silencios. Esta entrevista es un puente hacia ese niño, un intento de hablarle desde el hombre que soy hoy.

— Fidel, ¿cómo sentiste ese primer dolor en el parquecito, viendo a tu padre con otra vida?
Fue un golpe sin sonido.
Un auto, un instante, y mi héroe se volvió un enigma.
Sentí que mi amor por él no alcanzaba para entenderlo todo.
Ese desconcierto me enseñó que el amor puede doler, pero no se rompe.

— ¿Qué quedó en tu pecho tras la frase “todos los hijos de Pepillo”?
Una herida que aún resuena.
Ese “todos” me dejó afuera, me hizo sentir invisible.
Pero entre el dolor nació una chispa: la certeza de que mi lugar lo construiría yo.

— ¿Cómo cambió la carneada de la vaquilla tu forma de ver la vida?
Me abrió los ojos al costo de vivir.
Esa vaquilla no era solo carne: era un ser que conocí.
Sentí culpa, ternura, preguntas.
Fue el comienzo de mi respeto por toda vida, humana o no.

— ¿Qué significó la escuela Barcala en ese año de grietas?
Era mi refugio luminoso.
El guardapolvo blanco impecable, los juegos, sentía que podía brillar.
La escuela me dio sueños, valoro mucho todo lo que me enseñó más allá de la formación académica.

— ¿Cómo sostenía tu madre un hogar donde el dolor empezaba a entrar?
Con amor puro. Su forma de ser en la vida, su voz, su corazón y su fuerza eran imparables.
Ella hacía que el mundo doliera menos, que la vida tuviera sentido incluso en las grietas.

— ¿Qué le dirías al Fidel de siete años, parado en el almacén, con el teléfono en la mano?
No estás solo, pequeño.
Ese dolor no define tu valor.
Sos amado, aunque no todos lo vean, y un día tu corazón roto será tu fuerza.

— ¿Qué palabra resume lo que 1981 dejó en tu alma?
Empatía.
El dolor de la exclusión, la vaquilla, los silencios, me enseñó a sentir el mundo con el corazón.

Epílogo

1981 fue el año en que mi corazón se rompió, pero también el año en que empezó a sanar. La vaquilla me enseñó a respetar la vida. Las heridas familiares me enseñaron que el amor puede doler, pero no se apaga. En mi casa, con el abrazo de mi madre, la risa de Alma y la presencia de mi padre, descubrí que el dolor no es el final: es el comienzo de una conciencia más profunda.

Crecer duele y nos rompe, pero entre las grietas siempre entra la luz.

La banda sonora de 1981

1981 fue un año de emociones intensas en la música, con el pop y el rock reflejando amor, rebeldía y lucha. Estas canciones acompañaron mis grietas y mi luz, resonando con el dolor y el amor de mi hogar:

Internacionales

  • “Physical” – Olivia Newton-John (septiembre): La energía de un mundo que dolía, pero seguía vivo.
  • “Endless Love” – Diana Ross & Lionel Richie (agosto): El amor eterno de mi madre.
  • “Bette Davis Eyes” – Kim Carnes (marzo): La intensidad de mis emociones nuevas.
  • “Every Little Thing She Does Is Magic” – The Police (noviembre): La magia de Alma en mi vida.
  • “Start Me Up” – The Rolling Stones (agosto): La fuerza de seguir, a pesar del dolor.

Argentina y Latinoamérica

  • “Amor pirata” – Dyango (1981): El amor complejo de mi padre.
  • “Tirá para arriba” – Miguel Mateos/ZAS (1981): La esperanza que me sostenía.
  • “Todo a pulmón” – Alejandro Lerner (1981): La lucha silenciosa de mi madre.
  • “Canción para mi muerte” – Sui Generis (reedición 1981): La melancolía de mis preguntas.
  • “Te amo” – Franco de Vita (1981): El amor puro por Alma.

 

Así sonaba 1981, un año de amor, dolor y sueños, donde la música hablaba al corazón, acompañando mis primeras heridas y mi crecimiento.

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Acerca de mí

Hola soy FIDEL

“Hola, soy Fidel Ernesto Verón. Nací en Argentina, y mi vida ha sido una aventura de creación constante: desde mis primeros emprendimientos hasta proyectos que buscan transformar el mundo. Este espacio es un espejo de mis ideas, mis libros, mis sueños y mis desafíos. Creo en el poder de las ideas, en la tecnología como puente, y en el alma humana como motor de todo cambio.”

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