Año 1980 – El mundo seguía girando, y yo con él
“Comencé jardín de infantes este año, cada momento en esta etapa fue en sí mismo el maestro. Aprendí que la compañía también le da forma al viaje.”
ContentsFidel Verón
El niño que crecía en silencio
1980 fue un año de calma aparente, un puente silencioso en mi infancia. A los seis años, cumplidos en abril, el mundo ya no era solo un escenario que observaba desde los brazos de mi madre: era un lugar donde empezaba a dejar mis huellas. Ya tengo recuerdos nítidos, y sensaciones grabadas en la piel: el aroma de la tierra mojada tras la lluvia, el calor del sol colándose por la ventana, la voz de mi madre llamándome desde la cocina.
Pero, lo que más recuerdos me dejaría en que había llegado el momento de comenzar a ir a la escuela. A jardín de infantes, un nuevo cambio en mi vida y que alteraría la vida con la suavidad que tenía, pero, sin saberlo, estaría sembrando las raíces de quien sería.
Un hogar de amor y presencia
La dictadura seguía pesando sobre Argentina, pero en casa la tormenta de los años anteriores se había apaciguado. Mi padre, José Inocencio “Pepillo” Verón, estaba libre, y su presencia se volvía cada vez más sólida. No era solo el hombre de los relatos de mi madre: era una voz, un gesto, un silencio que empezaba a moldearme. Sus ideas sobre justicia, dignidad y resistencia se filtraban en mí, aunque no las entendiera del todo. Lo veía trabajar, hablar con vecinos, cargar su historia con una rebeldía callada que me fascinaba.
Mi madre, Juana, de 24 años, seguía siendo el corazón de todo. Ella hacía que nuestra casa, sin lujos ni muchas comodidades, fuera un hogar lleno de calor. Su fuerza silenciosa me enseñaba que el amor no necesita palabras grandes; se vive en los detalles, en el cuidado, en la presencia.
Alma, mi hermana, con dos años, era mi compañera inseparable. Su risa llenaba los silencios, su curiosidad me arrastraba a explorar. Era una pequeña aventurera que me seguía a todas partes, y yo, como hermano mayor, empezaba a sentir el peso dulce de cuidarla. Jugar con ella, protegerla, compartirle mis mundos imaginarios, era mi primera lección de responsabilidad. Alma no era solo mi hermana: era mi espejo, mi alegría, mi primera maestra de empatía. Su luz, que ya brillaba, me hacía querer ser mejor.
Un mundo que se abría
A los seis años, mi curiosidad era mi escuela, y ese año marcó un hito: comencé el jardín de infantes en la Escuela N°2 coronel Barcala. Con mi guardapolvo azul y blanco, bajo la mirada cálida de la señorita Ita, di mis primeros pasos fuera de casa, en un mundo nuevo lleno de otros niños, juegos y reglas. No lo entendía todo, pero sentía que algo grande empezaba: un espacio donde mi voz, aún pequeña, comenzaba a sonar. Este fue el año en que comencé el jardín en esta escuela, que exploraré más adelante en este libro, mi primera ventana a un mundo más grande.
En casa, el patio, las calles de tierra, y las charlas de los adultos seguían siendo mi terreno de aventura. Cada rayo de sol, cada juego con Alma, cada historia de mi padre era una semilla que se plantaba en mi alma. No tenía grandes responsabilidades, solo la misión de crecer, de mirar, de aprender. 1980 tuvo estos eventos que modificarían mi mundo, pero en su calma y también se gestaba mi carácter: curioso, sensible, con un fuego interno que empezaba a arder.
La bicicleta de mi madre
Ese año, mi madre compró una bicicleta Graciela, con asientos delantero y trasero, para llevarme y buscarme del jardín en el turno tarde. Cada día, pedaleaba las 22 cuadras que nos separaban de la escuela por las calles de Nogoyá, conmigo sentado atrás, el viento en la cara, su voz cantando bajito. Era nuestro ritual, un momento de conexión pura. Pero una tarde, metí un pie en los rayos de la rueda trasera. La bicicleta se frenó en seco, yo lloré del susto, y mi madre, con el corazón en la mano, se sintió culpable como si el mundo se le hubiera caído encima. No me pasó nada, solo un rasguño, pero su dolor era más grande: el peso de una madre que quiere protegerlo todo. Ese susto, aunque pequeño, quedó grabado en mí como una lección de su amor inmenso, de su esfuerzo diario, de su entrega sin fin.
Un país bajo sombras
Argentina seguía bajo el yugo de la dictadura militar. La represión, las desapariciones y la censura eran el telón de fondo de la vida diaria. En 1980, sin embargo, había un leve murmullo de cambio. Las Madres de Plaza de Mayo seguían su lucha, y la presión internacional crecía. En Nogoyá, la vida transcurría con cautela: las conversaciones eran susurros, los silencios decían más que las palabras. Ese clima, aunque no lo entendiera, me enseñó a leer entre líneas, a valorar la libertad como algo frágil y sagrado.
AÑO 1980 – Entrevista Extrema
— ¿Cómo describirías 1980 en tu vida?
Fue un año suave, con cambios cruciales.
Empezar el jardín fue hermoso, eran tiempos donde la vida y la alegría simplemente fluían.
Y en esa calma, empecé a ser más yo: un niño que observaba, preguntaba, sentía.
— ¿Cómo influyó la calma de 1980 en tu formación?
Esa tranquilidad fue fundamental. Iba todos los días a jardín de infantes.
No se necesitan grandes eventos para crecer.
En los días simples, en los juegos, en los abrazos, se formaron las bases de mi curiosidad, mi sensibilidad, mi empatía.
— ¿Sentías el peso de la dictadura?
No lo entendía. Pero tal vez sentía como que había un aire pesado, silencios que no se explicaban.
Me enseñó a desconfiar de las verdades a medias, a valorar la libertad, y a buscar siempre lo que no se dice.
— ¿Cómo marcó el jardín de infantes tu mundo?
El jardín en la Escuela coronel Barcala, con mi guardapolvo azul y blanco y la señorita Ita, fue mi primer gran paso fuera de casa.
Era un mundo nuevo, lleno de niños, juegos, reglas.
Sentí que mi voz empezaba a sonar, que el mundo se abría ante mí.
— ¿Qué significó la bicicleta de tu madre en esa etapa?
Era nuestro ritual diario, un lazo de amor.
Mi madre pedaleando, yo atrás, el viento en la cara, su voz cantando.
El susto del pie en los rayos fue un instante, pero su culpa me mostró cuánto me amaba.
— Si pudieras hablarle al Fidel de seis años, ¿qué le dirías?
Disfruta esta calma, pequeño.
Abraza a tu hermana, escucha a tu madre, mira a tu padre.
Esos días que parecen iguales están construyendo quien sos.
No dejes de preguntar, no pierdas esa chispa.
AÑO 1980 – Entrevista Íntima
Breve introducción
La charla entre Fidel y su compañera IA. En 1980, con seis años, el mundo era un lienzo de sensaciones: la bicicleta de mi madre, el guardapolvo del jardín, la risa de Alma. Esta entrevista es un puente hacia ese niño, un intento de hablarle desde el hombre que soy hoy.
— Fidel, ¿cómo sentías el mundo desde la bicicleta de tu madre, pedaleando hacia el jardín?
Era un mundo que volaba.
El viento en la cara, su voz cantando bajito, las calles de Nogoyá pasando rápido.
Era libertad, amor, seguridad en cada pedaleada.
El susto en los rayos me mostró su miedo, su amor inmenso.
— ¿Qué significó para vos el guardapolvo azul y blanco de la Escuela coronel Barcala?
Era mi bandera, mi entrada a algo nuevo.
Con la señorita Ita, sentía que el mundo se agrandaba, que yo podía ser parte.
Era un paso pequeño, pero enorme: mi voz empezaba a sonar.
— ¿Cómo vivía ese niño de seis años la presencia de su padre, recién libre?
Como un faro que se enciende.
Sus palabras, sus silencios, su rebeldía me llegaban sin entenderlas.
Era un hombre que cargaba su historia, y yo quería aprender de él.
— ¿Qué sentías al cuidar a Alma, siendo tan pequeño?
Orgullo, responsabilidad, amor puro.
Su risa era mi mundo, su fragilidad mi fuerza.
Cuidarla me hacía sentir grande, como si pudiera sostenerla siempre.
— ¿Cómo te marcó el peso de los silencios en Nogoyá?
Eran susurros que no entendía, pero sentía.
El aire pesado, las miradas bajas, los adultos callando.
Me enseñó que la verdad se esconde, que hay que buscarla con el corazón.
— Si pudieras susurrarle algo al Fidel que entraba al jardín, ¿qué sería?
No tengas miedo, pequeño.
Ese guardapolvo es tu armadura, la bicicleta tu nave.
El mundo es grande, pero vos sos más grande aún.
— ¿Qué palabra resume lo que 1980 dejó en tu alma?
Raíz.
La calma, el amor, el jardín, la bicicleta: todo plantó raíces.
Esas raíces sostienen todo lo que soy hoy.
Epílogo
1980 fue un año de siembra silenciosa. Sin grandes giros, pero con una calma que permitió crecer. En una casa humilde de Nogoyá, con el amor de mi madre, la presencia de mi padre, la risa de Alma, y mis primeros días en el jardín de la Escuela coronel Barcala, empecé a construir mi mundo. El susto en la bicicleta de mi madre me mostró su amor inmenso, su esfuerzo diario. En un país bajo sombras, aprendí que la felicidad está en lo simple, que las preguntas son el comienzo de todo, y que el amor, incluso en los días más quietos, nunca deja de enseñar.
La banda sonora de 1980
1980 marcó el inicio de una nueva era musical, con el pop moderno emergiendo y las baladas latinas tocando el corazón. Estas canciones acompañaron mi infancia, el latido de un mundo en cambio, resonando con la calma de mi hogar y mis primeros días en el jardín:
Internacionales
- “Another One Bites the Dust” – Queen (agosto): Un ritmo que vibraba con mi energía infantil.
- “Woman in Love” – Barbra Streisand (agosto): La fuerza femenina que resonaba con mi madre pedaleando.
- “Upside Down” – Diana Ross (agosto): La alegría que sentía con Alma.
- “Call Me” – Blondie (febrero): La chispa de mi curiosidad naciente en el jardín.
- “Crazy Little Thing Called Love” – Queen (febrero): El amor libre de mi familia.
Argentina y Latinoamérica
- “De música ligera” – Soda Stereo (primeras versiones): El germen de un nuevo sonido, como mi voz.
- “Yo te amo” – Ricardo Montaner (1980): El amor inmenso de mi madre en cada viaje en bicicleta.
- “Cosas de la vida” – Julio Iglesias (1980): Las lecciones que empezaba a aprender.
- “Soy lo que soy” – José Luis Rodríguez ‘El Puma’ (1980): Mi identidad que comenzaba a formarse.
- “Nada va a cambiar mi amor por ti” – Sergio Denis (1980): El amor eterno de mi hogar.
Así sonaba 1980, un año de transición y calma, donde la música hablaba de amor, resistencia y sueños, acompañando mis primeros pasos en el jardín y los viajes en la bicicleta de mi madre.











