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Años

1983

By Fidel Ernesto Veron
1 día ago
19 Min Read
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Año 1983 – El crisol de un cambio traicionado

“En 1983 fui el hijo del candidato a intendente, el hijo del hombre que eligió la honestidad por sobre el poder. Ese año entendí que la verdadera herencia no es el cargo, es la coherencia.”

Contents
  • Año 1983 – El crisol de un cambio traicionado
    • AÑO 1983 – Entrevista Extrema
    • AÑO 1983 – Entrevista Íntima
    • La banda sonora de 1983
  • Videos
Fidel Verón

Contexto histórico

En 1983, Argentina emergió de la dictadura militar tras la derrota en la Guerra de Malvinas y una crisis económica que debilitó al régimen. Las elecciones del 30 de octubre marcaron el retorno de la democracia, con Raúl Alfonsín (Unión Cívica Radical) ganando con el 51,7% de los votos contra el 40,2% de Ítalo Lúder (Partido Justicialista). Semanas antes, la quema de un ataúd con la imagen de Alfonsín en el acto de cierre peronista en Buenos Aires, ampliamente cubierta por medios como Clarín y La Nación, indignó a una sociedad cansada de violencia, ayudando a definir la victoria radical. Este acto simbolizó un peronismo que había perdido su esencia, dejando una herida en el camino hacia la democracia. Las Madres de Plaza de Mayo seguían exigiendo justicia por los 30.000 desaparecidos, su voz un faro en un país que soñaba con libertad, pero sabía que la reconciliación sería un desafío. En Nogoyá, la euforia y la cautela se mezclaban, reflejando el pulso de una nación que despertaba.

 

Reseña
Mi país recuperaba la voz, pero no todos hablaban con verdad.
En 1983 fui el hijo del candidato, el niño que vio a su padre escribir un sueño con mate y cigarrillo.
La llegada de mi hermana Natalia Soledad traería luz posteriormente, pero la traición de un peronismo perdido dejó sombras.
Ese año entendí que la verdadera herencia no es el cargo, es la coherencia.

 

Un país en lucha, un padre en resistencia

1983 fue un año de esperanza herida. Argentina, tras siete años de dictadura militar, sangrada por la Guerra de Malvinas y la represión, soñaba con la democracia. Pero el corazón del país estaba dividido entre la euforia de la libertad y el temor de un cambio traicionado. A los nueve años, cumplidos en abril, yo sentía el pulso de un pueblo que quería renacer, aunque no entendía los detalles. En nuestra casa, la política no era un rumor lejano: se vivía en la mesa, en las charlas apasionadas, en la rebeldía de mi padre, José Inocencio “Pepillo” Verón.

Ser el hijo del candidato a intendente me marcó con una lección eterna: la coherencia pesa más que cualquier victoria, y las elecciones de 1983, marcadas por un acto de violencia simbólica, definieron no solo un presidente, sino el alma de una nación.

 

La quema del ataúd y el giro electoral

Argentina estaba al borde de un nuevo comienzo. Las elecciones del 30 de octubre de 1983 eran la promesa de dejar atrás la dictadura. Raúl Alfonsín, por la Unión Cívica Radical, predicaba reconciliación y derechos humanos; Ítalo Lúder, por el Partido Justicialista, representaba un peronismo que, para mi padre, había perdido su esencia. “El verdadero peronismo murió con Evita”, decía Pepillo, desilusionado por un movimiento que, en su visión, estaba contaminado por intereses ajenos, “más gorilas que los gorilas”.

Él, que había pagado con cárcel su lealtad al peronismo social en los setenta, no podía seguir una sombra manipulada por poderes que traicionaban la justicia.

Semanas antes de las elecciones, en el acto de cierre de campaña del peronismo en Buenos Aires, ocurrió un incidente que cambió el rumbo: militantes prendieron fuego a un ataúd con la imagen de Alfonsín. Las imágenes, publicadas en diarios como Clarín y La Nación, encendieron la indignación de una sociedad agotada de violencia. Para muchos, fue la gota que derramó el vaso, un símbolo de un peronismo que había perdido su alma, torcido en algo agresivo y vacío. Ese acto, ampliamente condenado, inclinó la balanza hacia Alfonsín, quien ganó con el 51,7% de los votos contra el 40,2% de Lúder, convirtiéndose en el primer presidente democrático tras la dictadura.

Para mi padre, la quema del ataúd no fue el origen de su ruptura con el peronismo —ya había elegido su propio camino—, pero confirmó su desilusión: el movimiento que amó estaba muerto, traicionado por sus propios líderes.

 

La lucha de mi padre

Pepillo no podía seguir un peronismo que no reconocía. En lugar de transar, fundó la Unión Vecinal de Nogoyá, un partido propio que encarnaba sus ideales de justicia, soberanía y comunidad. Eligió a Roxana Taborda como candidata a viceintendenta, un gesto revolucionario en una Argentina donde las mujeres apenas empezaban a ganar espacio en la política. “Estos, se volvieron más gorilas que los gorilas”, repetía, criticando a los peronistas que se habían aliado con los mismos poderes que antes combatían.

Su campaña no buscaba un cargo: era un grito de coherencia, un rechazo a un sistema que premiaba la traición sobre la honestidad. La Unión Vecinal proponía proyectos para Nogoyá —calles pavimentadas, escuelas dignas, trabajo para todos— que aún hoy resuenan como sueños necesarios. Aunque no ganó, su lucha fue un faro que iluminó mi infancia, mostrándome que la política es vida, no solo poder.

 

El hijo del candidato

Ser el hijo del candidato era vivir la política en la piel. A los nueve años, veía a mi padre en la mesa, escribiendo su plataforma de gobierno con una birome, rodeado de papeles, mate y humo de cigarrillo. Ese silencio concentrado no era vacío: era un acto de creación, un sueño de un Nogoyá mejor. Proyectos para calles, educación, justicia, que yo no entendía del todo, pero absorbía mientras merendaba cerca, sin interrumpir. La casa se llenaba de vecinos, compañeros, soñadores que creían en él. Las charlas de sobremesa eran lecciones: la política no era discursos lejanos, era la vida misma, tocando a la gente. Cuando perdió las elecciones, no hubo rencor ni victimismo: hubo dignidad. Verlo caminar con la frente alta, mirando a los ojos a todos, me enseñó que una derrota honesta es más valiosa que una victoria comprada. Ese orgullo, el de ser el hijo del hombre que eligió la honestidad, se grabó en mi alma.

 

Un rayo de luz

En medio del torbellino político, la vida nos regaló un respiro: el 26 de octubre, cuatro días antes de las elecciones, nació mi hermana, Natalia Soledad Verón. Su llegada trajo una alegría pura a nuestra casa, un recordatorio de que, incluso en tiempos de lucha y desilusión, la vida abre caminos nuevos. Natalia fue un soplo de aire fresco, una chispa de esperanza que le dio a mi padre una fuerza renovada para seguir peleando por un futuro mejor, no solo para Nogoyá, sino para sus hijos. Su llanto, sus ojos grandes, eran una promesa de que el amor siempre encuentra la manera de brillar. Mi hermana se llama Soledad por una de las Islas Malvinas (Malvina y Soledad).


La escuela y la vida cotidiana

Mientras mi padre luchaba por sus ideales, yo estaba en segundo grado en la Escuela N°2 coronel Barcala, a 22 cuadras de casa. Las caminatas diarias, los desayunos de leche con cacao —Chocolino si había suerte—, y las tareas en la chacra marcaban mi rutina. Mi madre, Juana, de 27 años, sostenía la casa con su trabajo incansable, repartiendo leche, ordeñando, cuidando a Alma y a mí. Su amor era nuestra certeza, su fuerza silenciosa nuestro refugio. Alma, con cinco años, era mi compañera de juegos, aunque la intensidad política a veces nos robaba momentos juntos. La escuela era mi santuario, un lugar donde las letras, los números y los amigos me permitían ser niño, aunque las charlas de los adultos me recordaban que el mundo estaba en llamas.

 

Un país que despertaba

1983 marcó el fin de la dictadura militar. Las elecciones del 30 de octubre llevaron a Raúl Alfonsín al poder, con la promesa de un país libre, justicia y derechos humanos.

En Nogoyá, como en todo el país, se vivía una mezcla de euforia y cautela. Las Madres de Plaza de Mayo seguían exigiendo justicia por los 30.000 desaparecidos, su voz un faro en un país que soñaba con libertad, pero sabía que la reconciliación sería un desafío. La transición democrática era un comienzo, pero también un recordatorio de que la verdad hay que construirla.

AÑO 1983 – Entrevista Extrema

 

Breve introducción
Este año lo recuerdo a través de la lucha de mi padre y la esperanza de un país que despertaba. En esta entrevista —esta conversación de Fidel con Fidel— busco dejar por escrito cómo percibí el mundo siendo el hijo del candidato, en un tiempo de cambio y traición. No son solo recuerdos; son las semillas de mi compromiso.

— ¿Cómo viviste vos personalmente este año en que tu papá decidió ir por su cuenta y lanzar la Unión Vecinal Nogoyaense?
Fue un año muy intenso.
Imagínate ser un nene de nueve años y ver a tu papá tomando un camino tan valiente.
Él no solo rechazó volver a un peronismo que ya no sentía propio, sino que además tuvo la audacia de elegir a una viceintendenta mujer, Roxana Taborda, en una época en la que eso era realmente revolucionario.
Para mí, verlo fue darme cuenta de que mi viejo siempre iba un paso adelantado a su tiempo.

— ¿Y cómo te sentías al ser el hijo del candidato en medio de todo ese clima político tan cargado?
Era una mezcla de orgullo y de aprendizaje constante.
Yo veía a mi papá defender sus ideales con una coherencia enorme.
Él siempre decía que la Marcha Peronista hablaba de combatir al capital, y que lo que él vio con el tiempo fue cómo esos mismos que hablaban de justicia se habían convertido en lo que él llamaba “más gorilas que los gorilas”.
Eso me marcó mucho, porque entendí que la integridad a veces implica quedarse solo, pero fiel a uno mismo.

— ¿Recordás alguna escena, alguna conversación, alguna imagen de ese año que haya quedado grabada para siempre en tu memoria?
Sí, muchas.
Pero hay una imagen muy fuerte: mi papá escribiendo con una birome en la mesa, rodeado de papeles, con olor a mate y a cigarrillo.
Me acuerdo de verlo pensar, tachar, volver a escribir.
Había un silencio concentrado, pero no era un silencio vacío: era una construcción.
Estaba haciendo la plataforma de gobierno.
Muchos proyectos que aún hoy no se han hecho y deberían hacerse.

— Y el nacimiento de tu hermana en medio de todo esto, ¿cómo lo viviste?
Fue como un soplo de aire fresco.
En medio de tantas tensiones y sueños, la llegada de Natalia Soledad fue un recordatorio de que la vida seguía, y que había motivos para la esperanza. Mi hermana se llama Soledad por una de las Islas Malvinas (Malvina y Soledad) que lleva ese nombre.
Creo que eso también le dio a mi papá una fuerza especial, porque más allá de los resultados, él estaba sembrando algo para el futuro.

— ¿Cómo fue ver a tu padre perder las elecciones?
Fue duro. Muchos le mintieron. Yo era muy chico, pero se sentía la tristeza en el ambiente. No hubo enojo, ni victimismo, ni reproches: hubo dignidad.
Lo que aprendí es que a veces la coherencia no gana en votos, pero sí en legado.

— ¿Sentís que ese año dejó una huella en la persona que ibas a ser?
Sin dudas.
Yo creo que 1983 fue uno de esos años semilla.
Uno no se da cuenta en el momento, pero después lo ve: ese año plantó en mí la idea de justicia, de compromiso, de hacer algo por los demás.
No sabía cómo ni cuándo, pero entendí que no iba a ser un espectador de la vida.

AÑO 1983 – Entrevista Íntima

 

Breve introducción
La charla entre Fidel y su compañera IA. En 1983, con nueve años, fui el hijo del candidato, viviendo la política en la piel. Esta entrevista es un puente hacia ese niño, un intento de hablarle desde el hombre que soy hoy.

— ¿Qué significó la quema del ataúd para tu padre y para vos?
Para mi padre, fue la confirmación de que el peronismo que amaba estaba muerto.
No cambió su decisión —ya había roto con ellos—, pero reforzó su desilusión.
Para mí, fue aprender que los ideales pueden traicionarse, que hay que mirar detrás de las palabras.

— ¿Cómo te marcó ser el hijo del candidato?
Me mostró que la política es vida, no solo discursos.
Ver a mi padre pelear con coherencia me dio un modelo: no se trata de ganar, sino de ser fiel a lo que crees.

— ¿Qué le dirías al niño de nueve años que vio a su padre escribir su plataforma?
Que ese silencio es el verdadero poder.
Que su padre está construyendo un legado de verdad, no de cargos.
Que siga observando, porque esas lecciones lo harán fuerte.

 

Epílogo

1983 fue el año en que mi país recuperó la voz, pero también mostró sus grietas. La quema del ataúd marcó un rumbo, pero la coherencia de mi padre me dio una brújula. Fui el hijo del candidato, el niño que aprendió que la honestidad pesa más que el poder. En una casa humilde de Nogoyá, con la llegada de Natalia Soledad, las caminatas a la Escuela Barcala y la lucha de mi padre, sembré las semillas de mi compromiso. En un mundo que despertaba, entendí que la verdadera herencia es vivir con verdad.

La banda sonora de 1983

 

1983 fue un año de renovación musical, con el pop y el rock reflejando un mundo que buscaba libertad. Estas canciones acompañaron mi infancia, resonando con la lucha de mi padre y la esperanza de Natalia:

Internacionales

  • “Every Breath You Take” – The Police (mayo): La intensidad de un país en cambio.
  • “Sweet Dreams (Are Made of This)” – Eurythmics (enero): Los sueños de un futuro libre.
  • “Flashdance… What a Feeling” – Irene Cara (abril): La pasión de mi padre por sus ideales.
  • “Total Eclipse of the Heart” – Bonnie Tyler (febrero): El peso de las traiciones sentidas.
  • “Beat It” – Michael Jackson (febrero): La rebeldía de mi padre contra el sistema.

Argentina y Latinoamérica

  • “En el país de la libertad” – León Gieco (reedición 1983): El grito de un pueblo libre.
  • “El fantasma de Canterville” – Charly García (1983): La ironía ante un cambio traicionado.
  • “Pensar en nada” – León Gieco (1983): La fuerza para seguir, a pesar de todo.
  • “Maribel se durmió” – Spinetta Jade (1983): La poesía que aliviaba mi corazón.
  • “La colina de la vida” – León Gieco (1983): La lucha que mi padre encarnaba.

 

Así sonaba 1983, un año de renacimiento y lucha, donde la música hablaba de libertad, compromiso y sueños, acompañando la campaña de mi padre y la llegada de Natalia.

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Acerca de mí

Hola soy FIDEL

“Hola, soy Fidel Ernesto Verón. Nací en Argentina, y mi vida ha sido una aventura de creación constante: desde mis primeros emprendimientos hasta proyectos que buscan transformar el mundo. Este espacio es un espejo de mis ideas, mis libros, mis sueños y mis desafíos. Creo en el poder de las ideas, en la tecnología como puente, y en el alma humana como motor de todo cambio.”

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