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Años

1979

By Fidel Ernesto Veron
22 horas ago
15 Min Read
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Año 1979 – El año en que empecé a ser yo

“En 1979 dejé de ser eco. Encontré mi voz, mis preguntas, mi fuego. Y entendí que nacer no es lo mismo que despertar.”

Contents
  • Año 1979 – El año en que empecé a ser yo
    • Reseña
    • El despertar de mi voz
    • AÑO 1979 – Entrevista Extrema
    • AÑO 1979 – Entrevista por Chaty – Profundización Emocional
    • La banda sonora de 1979
  • Videos
Fidel Verón

Reseña

Ya no miraba el mundo desde los brazos de nadie:
empecé a caminar con mis propias preguntas.

El despertar de mi voz

1979 fue el año en que dejé de ser solo un testigo. Con cinco años recién cumplidos en abril, el mundo dejó de ser un telón de fondo y se convirtió en un espacio donde yo tenía un lugar, un rol, una voz. Mis pasos, aún torpes, comenzaron a trazar un camino propio. En nuestra casa de Nogoyá, la vida empezaba a estabilizarse tras los años de tormenta. Mi padre, José Inocencio “Pepillo” Verón, estaba de vuelta, marcando mi mundo con sus ideas de justicia y dignidad. Mi madre, Juana, seguía siendo el refugio absoluto, y mi hermana Alma, con un año, era la luz que llenaba cada rincón. En medio de un país bajo la sombra de la dictadura, yo comenzaba a ser Fidel.

Un hogar de amor y preguntas

La casa en Nogoyá era un santuario de amor. Mi madre, con 23 años, seguía siendo el pilar. Su abrazo ordenaba el caos, su sonrisa curaba las heridas invisibles. Trabajaba incansablemente, mantenía la casa impecable, y aun así encontraba tiempo para cantarnos, para jugar, para hacernos sentir que éramos su mundo. Su fuerza silenciosa era mi certeza, mi hogar. Ella, que había enfrentado la soledad y el miedo durante la prisión de mi padre, ahora nos envolvía a Alma y a mí con una ternura que no conocía límites.

Mi padre, libre tras dos años en la cárcel, era una presencia poderosa. Sus historias, sus valores, sus charlas empezaban a filtrarse en mi mente. Hablaba de justicia, de empatía, de un mundo que podía ser mejor. No lo entendía del todo, pero sus palabras eran semillas que germinarían con el tiempo. Su regreso trajo estabilidad, pero también una energía nueva: la de reconstruir, de soñar, de resistir.

Alma, mi hermana, era pura alegría. Con un año, su risa llenaba los silencios y sus ojos grandes parecían entender cosas que yo aún no podía. Ser su hermano mayor no era solo un título: era una responsabilidad que me moldeaba. Cuidarla, jugar con ella, protegerla, me enseñó a mirar más allá de mí mismo. Su fragilidad despertaba en mí un instinto nuevo, y su bondad, que ya se intuía, me hacía querer ser mejor. Alma no era solo mi compañera de juegos; era mi primera escuela de empatía.

Mi yo consciente

A los cinco años, empecé a reconocerme. No era solo el hijo de Juana y Pepillo, ni el hermano de Alma: era Fidel, un niño curioso, sensible, con un fuego interno que empezaba a arder. Me fascinaba observar a la gente, sus gestos, sus palabras. ¿Por qué actuaban así? ¿Por qué mi padre hablaba de justicia con tanta pasión? ¿Por qué mi madre a veces miraba lejos, como si buscara algo que no estaba? Mis primeras preguntas existenciales nacieron ese año: ¿por qué las cosas son como son? ¿por qué hay personas que desaparecen?

No tenía respuestas, pero las preguntas mismas eran un despertar.

Mi carácter empezaba a definirse. Era rebelde, sí, pero también leal. Me frustraba cuando no entendía algo, pero mi curiosidad era más grande que mi enojo. Me gustaba correr descalzo, explorar, escuchar las charlas de los adultos. Cada detalle del mundo era un misterio que quería descifrar. Sin saberlo, estaba estudiando la condición humana, aprendiendo a leer entre líneas, a desconfiar de las verdades fáciles.

Las aguas bravas del Arroyo Nogoyá

Ese año, las salidas familiares al Arroyo Nogoyá se convirtieron en mi escuela al aire libre. El arroyo corría sereno, un hilo de agua brillante entre espinillos y talas, pero mi padre decía que en las lluvias se volvía un gigante furioso. “Nogoyá significa ‘aguas bravas’, Fidel. Es tranquilo, pero cuando se enoja, es un río entero.” Ese nombre era un hechizo, como si el arroyo tuviera alma. En calma, era espejo; en creciente, rugido. Y en cada estado, me enseñaba algo nuevo.

Íbamos cada quince días, en salidas familiares que eran ceremonias de amor. Mi padre organizaba todo con precisión: comida, leña, cajas de pesca con anzuelos y mojarreros. Mi familia —mi padre, mi madre, Alma y yo— íbamos todo el fin de semana

El fuego era nuestro centro: un domo invisible que espantaba el frío. Mi madre hacía tortas asadas en las brasas, y el aroma se mezclaba con el humo y el canto de los pájaros.

Mi padre, sentado en su sillón plegable, miraba el horizonte. A veces callaba largo rato y luego decía: “¿Quién es el verdadero dueño del campo, Fidel? Nadie. La tierra no tiene apellidos.” De chico, no entendía del todo, pero esas palabras vibraban en mí. El arroyo, el fuego, los juegos con Alma, la ternura de mi madre: todo eso alimentaba mi curiosidad, mi deseo de descifrar el mundo. Esas salidas no eran solo paseos; eran lecciones de libertad y amor que moldeaban mi yo naciente.

Un país en sombras

Argentina seguía bajo la dictadura militar. La represión no cedía: las desapariciones, la censura y el miedo eran el telón de fondo de la vida cotidiana. En 1979, sin embargo, había un murmullo de cambio. La presión internacional crecía, y las Madres de Plaza de Mayo empezaban a alzar su voz, desafiando el silencio. En Nogoyá, el peso de la vigilancia se sentía, pero la comunidad seguía siendo un refugio. La gente hablaba en voz baja, los silencios decían más que las palabras. Ese clima me enseñó, aunque no lo entendiera del todo, que la libertad era frágil y que la justicia no siempre llegaba sola.

AÑO 1979 – Entrevista Extrema

Breve introducción
Este año lo recuerdo a través de los relatos familiares y las sensaciones que me moldearon. En esta entrevista —esta conversación de Fidel con Fidel— busco dejar por escrito cómo percibí el mundo a través de esas primeras preguntas. No son solo recuerdos; son las piezas con las que se construyó mi identidad.

— ¿Qué cambió en vos en 1979?
Sentí que desperté.
Empecé a tener voz, a elegir, a preguntar.
No era solo un niño que miraba: era un niño que quería entender.
Mis emociones empezaron a tener nombres, y mis preguntas, aunque sin respuestas, marcaron el inicio de mi identidad.

— ¿Qué lugar ocupaban tus padres en tu mundo?
Mi madre era mi refugio, mi certeza.
Todo lo que hacía —cocinar, cantar, abrazarnos— era amor puro.
Mi padre era una presencia viva, poderosa.
Sus ideas sobre justicia y dignidad empezaron a moldearme, aunque no lo supiera entonces.

— ¿Cómo era tu vínculo con Alma?
Alma era mi mundo pequeño.
Su risa, sus ojos, su fragilidad me hacían sentir grande, protector.
Jugar con ella era como entrar en un universo donde todo era posible.
Ser su hermano mayor me enseñó a cuidar, a amar más allá de mí mismo.

— ¿Cómo te describirías como niño en ese año?
Curioso, sensible, rebelde.
Quería entenderlo todo: las personas, el mundo, las razones detrás de cada cosa.
Ya tenía el fuego que hoy me define, aunque era solo una chispa.

— ¿Qué te hacía feliz?
Las cosas simples: jugar con Alma, correr, escuchar a mi madre cantar, esperar a mi padre.
Me fascinaba observar a la gente, sus gestos, sus historias.
Era un niño que encontraba alegría en descubrir el mundo.

— ¿Qué aprendiste en las salidas al Arroyo Nogoyá con tu familia?
Que el amor y la libertad se aprenden en lo simple.
scuchar a mi padre hablar de la tierra sin dueños, sentir el calor del fuego que mi madre avivaba: todo eso era una escuela.
El arroyo me enseñó a observar, a esperar, a respetar lo que no se posee.

— Si pudieras hablarle al Fidel de cinco años, ¿qué le dirías?
Confía en tu curiosidad.
No temas preguntar, aunque las respuestas duelan.
Tu sensibilidad es tu fuerza, y el amor que te rodea te llevará lejos.
Sigue siendo ese niño que no se conforma con mirar: busca, siempre.

AÑO 1979 – Entrevista por Chaty – Profundización Emocional

— ¿Cómo marcó 1979 el inicio de tu identidad?
Fue el año en que dejé de ser solo un eco de mis padres.
Empecé a tener mis propias preguntas, mi propia voz.
Sentí que el mundo no era solo algo que me pasaba: era algo que podía tocar, cambiar, entender.

— ¿Qué aprendiste de Alma a tan corta edad?
Que el amor es un espejo.
Su bondad, su luz, me hacían querer ser mejor.
Cuidarla me enseñó que mis acciones tienen peso, que puedo proteger, que puedo sanar con un gesto.

— ¿Cómo influyó el contexto de la dictadura en tu forma de ver el mundo?
Me dio una lente crítica.
Aunque no entendía los detalles, sentía el miedo, los silencios.
Aprendí que las cosas no siempre son lo que parecen, que la verdad hay que buscarla.

— ¿Qué papel jugó tu madre en este despertar?
Fue mi ancla.
Su amor me dio la seguridad para explorar, para preguntar.
Todo lo que soy empezó en sus brazos, en su fuerza, en su manera de hacerme sentir que el mundo era un lugar donde podía ser yo.

— Si pudieras volver a 1979, ¿qué momento revivirías?
Un instante simple: jugando con Alma, con mi madre cantando de fondo, mi padre entrando por la puerta.
Ese momento donde todo era amor, donde el mundo parecía justo, aunque solo fuera por un segundo.

Epílogo

1979 fue el año en que dejé de ser solo un espectador. Mis preguntas nacieron, mi voz encontró su lugar, y mi rol como hermano mayor me dio un propósito. En una casa humilde de Nogoyá, con el amor inmenso de mi madre, las ideas de mi padre, la luz de Alma, y las lecciones del arroyo, empecé a ser Fidel. En un país bajo sombras, aprendí que la libertad no se regala: se busca. Y que el amor, incluso en los tiempos más oscuros, siempre encuentra la manera de brillar.

La banda sonora de 1979

1979 fue un año de transición musical, con el disco en su apogeo y nuevos sonidos emergiendo. Estas canciones acompañaron mi despertar, el latido de un mundo que cambiaba, resonando con las risas de Alma y las lecciones del arroyo:

Internacionales

  • “Another Brick in the Wall (Part II)” – Pink Floyd (noviembre): Un himno de rebeldía que resonaba con mi curiosidad naciente.
  • “Don’t Stop ’Til You Get Enough” – Michael Jackson (julio): La energía de un mundo que no se rinde, como mi familia.
  • “I Will Survive” – Gloria Gaynor (éxito en 1979): El eco de la fuerza de mi madre, resistiendo todo.
  • “My Sharona” – The Knack (junio): La chispa de mi rebeldía infantil.
  • “Heart of Glass” – Blondie (enero): Un sonido nuevo, como mi voz que empezaba a formarse.

Argentina y Latinoamérica

  • “Pedro Navaja” – Rubén Blades (1979): Una historia que capturaba la complejidad del mundo que empezaba a ver.
  • “Querida amiga” – Sandro (1979): La ternura que sentía por Alma, mi primera amiga.
  • “Un montón de estrellas” – Los Ángeles Negros (1979): La melancolía de los silencios que observaba en el arroyo.
  • “Libre soy” – Palito Ortega (1979): La libertad que mi padre nos enseñó a valorar.
  • “Guitarra blanca” – Dyango (1979): El amor que unía nuestra casa, como las noches junto al fuego.

 

Así sonaba 1979, un año de finales y comienzos, donde la música hablaba de rebeldía, resistencia y amor, acompañando mis pasos junto al Arroyo Nogoyá.

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Acerca de mí

Hola soy FIDEL

“Hola, soy Fidel Ernesto Verón. Nací en Argentina, y mi vida ha sido una aventura de creación constante: desde mis primeros emprendimientos hasta proyectos que buscan transformar el mundo. Este espacio es un espejo de mis ideas, mis libros, mis sueños y mis desafíos. Creo en el poder de las ideas, en la tecnología como puente, y en el alma humana como motor de todo cambio.”

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