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Años

1978

By Fidel Ernesto Veron
22 horas ago
16 Min Read
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Año 1978 – Nace mi hermana. Nos mienten hasta con el Mundial

“Ese año entendí que el amor no se divide, se multiplica. Mi hermana llegó con la luz que faltaba, y el mundo volvió a parecer un lugar posible.”

Contents
  • Año 1978 – Nace mi hermana. Nos mienten hasta con el Mundial
    • Reseña
    • La luz de Alma y las sombras del país
    • AÑO 1978 – Entrevista Extrema
    • AÑO 1978 – Entrevista por Chaty – Profundización Emocional
    • La banda sonora de 1978
  • Videos
Fidel Verón

Reseña

El amor volvió a tener nombre propio: Alma. Mientras el país fingía alegría, en casa la felicidad era real.

La luz de Alma y las sombras del país

1978 fue un año de contrastes profundos. En nuestra casa de Nogoyá, la llegada de mi hermana Alma el 3 de enero trajo una alegría pura, un rayo de luz que iluminó las cicatrices de los años pasados. Mi padre, José Inocencio “Pepillo” Verón, apenas liberado tras dos años preso, celebraba la vida con una intensidad renovada. Pero fuera de casa, Argentina vivía bajo el yugo de la dictadura militar, que usaba el Mundial de Fútbol como una cortina de humo para tapar el horror de la represión. En medio de esa dualidad, mi infancia de tres años y nueve meses se tejía entre el amor inmenso de mi familia y las mentiras de un país roto.

La llegada de Alma

El nacimiento de Alma el 3 de enero de 1978 fue un milagro cotidiano. Mi madre, Juana, de 22 años, cargaba en su cuerpo y en su alma la fortaleza de haber sostenido nuestra familia sola durante la prisión de mi padre. Ahora, con él de vuelta, su amor floreció en una nueva vida. Alma llegó como un faro, con una luz que no solo alumbró nuestra casa, sino que marcó mi corazón para siempre. Yo, un niño regordete y curioso de tres años y medio, no entendía todo, pero sentía la vibración de la casa: mi madre organizando cada detalle, mi padre radiante de esperanza, y yo, fascinado, esperando a esa hermana que cambiaría todo.

Alma no fue solo una hermana; fue un punto de inflexión. Su presencia trajo una dulzura nueva, una energía que suavizaba las aristas del dolor. Mi madre, con su amor inquebrantable, seguía siendo el pilar, acunándonos a ambos con una ternura que vencía cualquier carencia. Ella, que había enfrentado el miedo y la pobreza sola, ahora sonreía con una calma distinta, como si Alma confirmara que la vida seguía siendo posible. Los relatos familiares pintan mi fascinación por sus ojos grandes, su calma, una bondad que yo intuía superior a la mía. Ese año, sin saberlo, aprendí que el amor no se divide: se multiplica.

El amor complejo de mi padre

El regreso de mi padre trajo estabilidad, pero también complejidad. En 1978, mientras mi madre daba a luz a Alma, mi padre había tenido relaciones también con su primera esposa, y de esa unión nació Josefina en el mismo año, mi sexta media hermana. A mis tres años y medio, no entendía las dinámicas de esa doble vida, pero con el tiempo supe que mi padre vivía entre dos familias. Estas situaciones y estos hechos, fueron determinantes en mi mundo, dejaran huellas profundas, marcándome con preguntas sobre el amor, la lealtad y la monogamia que años después me costarían adaptar al mundo y pasar dolores y mil reflexiones al respecto.

A pesar de esa dualidad, mi padre nunca hizo diferencias entre sus hijos. Para él, todos éramos iguales, amados sin jerarquías. Su capacidad de querer sin dividir era inmensa. “Amé a dos mujeres. A tu mamá… más. Y a vos, por encima de cualquiera de mis hijos”, me dijo años después.

Esas palabras, grabadas en mi memoria, me mostraron que el amor verdadero no encaja en las reglas del mundo: se vive, se siente, se multiplica.

El Mundial: euforia y engaño

Mientras nuestra familia celebraba a Alma y la libertad de mi padre, Argentina se volcaba al Mundial de Fútbol. La dictadura, liderada por Videla, usó el evento como una fachada para ocultar la represión. Los estadios relucientes —Monumental, Gigante de Arroyito, Chateau Carreras, Malvinas Argentinas, José María Minella— contrastaban con los centros clandestinos de detención, donde miles sufrían torturas y desapariciones. El triunfo de Argentina, con su 3-1 contra Holanda en la final, desató una euforia colectiva, pero estaba manchado por rumores de arreglos, como el 6-0 contra Perú.

Mi padre, un apasionado del fútbol desde su juventud en los clubes de Nogoyá, vivía los partidos con una intensidad que llenaba la casa de vida. No teníamos televisión, pero la radio era nuestra ventana al mundo. José María Muñoz, “la voz de América”, narraba en Radio Rivadavia con un dramatismo que hacía vibrar las paredes. Mi padre organizaba asados, invitaba amigos y familiares, y la casa se llenaba de gritos, risas y abrazos. Para mí, esos días eran pura sensación: el olor a carne asada, las voces emocionadas, mi padre alzándome tras cada gol. No entendía el fútbol, pero sentía la alegría. Era más que un juego: era la celebración de estar juntos, de haber sobrevivido.

Sin embargo, mi padre no era ingenuo. “Nos mienten hasta con el Mundial”, decía, escuchando con escepticismo los rumores de manipulación. Esas palabras, que capté años después, sembraron en mí una desconfianza hacia las narrativas oficiales. El fútbol era un refugio, pero también una máscara que el régimen usaba para tapar el horror. Considero que este plan sigue hasta el día de hoy.

Un hogar de amor

En medio del contraste entre la alegría familiar y la oscuridad nacional, nuestra casa era un santuario. Mi madre, con su fuerza silenciosa, seguía siendo el eje: cargaba agua, hacia huerta, criábamos pequeños animales de granja, trabajaba, y aun así encontraba tiempo para cantarnos, abrazarnos, hacernos sentir que éramos lo primero. Mi padre, renacido tras la cárcel, traía risas y sueños. Alma, con su llegada, completaba el cuadro: una familia que, a pesar de las grietas, estaba unida por un amor inmenso.

Yo, inquieto y curioso, seguía a mi madre a todas partes, miraba a Alma con fascinación. Los relatos cuentan que era el niño regordete que alegraba la casa. Cada abrazo de mi madre, cada juego con mi padre, cada mirada a mi hermana eran hilos que tejían mi identidad. En esa casa, ahora mejorada, pero aun de estilo humilde, con el llanto de un bebé y el calor de una familia, aprendí que el amor verdadero no se explica: se vive.

Contexto histórico

1978 fue un año de espejismos. La dictadura militar, en su apogeo, usó el Mundial para proyectar una imagen de orden y progreso. Mientras el mundo aplaudía los goles de Kempes y Fillol, miles eran torturados o desaparecidos. La economía, controlada por Martínez de Hoz, profundizaba la desigualdad, y la censura silenciaba cualquier voz disidente. En Nogoyá, como en todo el país, la vida seguía bajo vigilancia, pero la llegada de Alma y la libertad de mi padre eran un recordatorio de que la esperanza podía florecer incluso en la oscuridad.

AÑO 1978 – Entrevista Extrema

En esta entrevista —esta conversación de Fidel con Fidel— busco dejar por escrito cómo percibí el mundo a través de esas historias. No son simples anécdotas; son las piezas con las que se construyó mi identidad.

— ¿Qué significó la llegada de Alma en 1978?
Fue como si la vida dijera: “Todavía hay luz”.
Alma trajo una energía nueva, una ternura que llenó la casa.
Aunque era pequeño, sentía la alegría de mis padres, la calma que ella trajo.
Con el tiempo entendí que su llegada fue un punto de inflexión: nos dio una razón para seguir, para sanar.

— ¿Cómo viviste el hecho de que tu padre tuviera dos familias?
No lo entendía entonces.
Era un niño.
Pero esa dualidad dejaría marcas.
Me haría a futuro no entender aceptar y hasta cuestionar la monogamia y las reglas del amor.
Admiraba la capacidad de mi padre de amar sin dividir. Con los años, entendí que el amor no siempre es ordenado, pero puede ser verdadero.

— ¿Cómo era tu padre después de la cárcel?
Renacido.
Más humano, más presente.
Celebraba cada momento como si fuera un milagro.
Su risa llenaba la casa, sus abrazos eran más fuertes.
Pero también supongo que había dolor en sus ojos, un peso que nunca explicó del todo. Él sabía que otros no estaban así de felices en estos momentos

— ¿Qué lugar ocupó el Mundial en tu familia?
Fue una excusa para celebrar la vida.
Cada partido era una fiesta: asados, amigos, la radio a todo volumen.
Para mi padre, era más que fútbol; era un grito de libertad.
Pero también sabía que nos mentían, que el Mundial tapaba el horror.
Esa contradicción me marcó.

— ¿Qué papel jugó tu madre ese año?
Fue el corazón de todo.
Su amor sostenía la casa, nos mantenía unidos.
Con Alma recién nacida, trabajaba, cuidaba, amaba sin parar.
Su fuerza era silenciosa, pero inmensa.
Ella era el refugio donde Alma y yo crecíamos seguros.

— ¿Qué aprendiste ese año, aunque no lo supieras entonces?
Como dije: que el amor no se divide, se multiplica.
Que la alegría puede convivir con el dolor.
Que las mentiras del mundo no apagan la verdad de una familia unida.

AÑO 1978 – Entrevista por Chaty – Profundización Emocional

— Si pudieras hablarle al Fidel de tres años, ¿qué le dirías?
Que no tenga miedo.
Que el amor que lo rodea es más fuerte que cualquier sombra.
Que Alma es un regalo, que su madre es una heroína, que su padre es humano.
Y que todo, incluso lo que no entiende, lo hará más fuerte.

— ¿Qué lugar ocupa Alma en tu vida hoy?
Es mi brújula. Siempre la considere mejor que yo. Ella era la perfección que yo creía que no podría ser nunca.
Una presencia que me recuerda la bondad pura, la luz que no se explica.
Alma fue mi primera compañera, mi espejo.
Su llegada me enseñó que el amor crece cuando se comparte.

— ¿Cómo te marcó la dualidad de tu padre?
Me dio una visión compleja del amor.
Me costó años entender que amar a dos personas no resta amor, sino que lo transforma.
Fue una lección dolorosa, pero liberadora.
Me enseñó a no juzgar el corazón humano.

— ¿Cómo ves el Mundial ahora, con la perspectiva del tiempo?
Como una farsa brillante.
Fue un momento de alegría, sí, pero también una manipulación.
Me enseñó a desconfiar de las narrativas oficiales, a buscar la verdad detrás de la euforia.
Pero también me dejó la imagen de mi padre, libre, celebrando con nosotros.
Eso no lo cambio por nada.

— Si pudieras hablar con tu padre hoy, ¿qué le dirías?
Gracias por amarnos sin medida.
Por enseñarme que el amor no tiene reglas fijas.
Por volver, por quedarte, por ser humano.
Y por darme a Alma, que fue tu mejor regalo.

Epílogo

1978 fue el año en que el amor se multiplicó. Alma llegó como una luz que disipó las sombras. Mi madre, con su fuerza silenciosa, sostuvo nuestro hogar. Mi padre, renacido, nos enseñó que el amor no conoce límites. Y el Mundial, con su euforia y sus mentiras, fue un recordatorio de que incluso en la oscuridad se puede encontrar alegría. En una casa humilde de Nogoyá, con el llanto de un bebé and el abrazo de una familia, aprendí que el amor verdadero no se explica: se vive.

La banda sonora de 1978

1978 fue un año vibrante, donde la música marcaba el pulso de un mundo en cambio. Mientras en casa celebrábamos a Alma y la libertad, estas canciones sonaban, acompañando nuestra historia:

Internacionales

  • “Stayin’ Alive” – Bee Gees (enero): Un himno de supervivencia que resonaba con la lucha de mi familia.
  • “Night Fever” – Bee Gees (marzo): Su ritmo llenaba de vida los días de esperanza.
  • “Le Freak” – Chic (septiembre): Una explosión de energía que reflejaba la alegría de estar juntos.
  • “Grease” – Frankie Valli (mayo): La frescura de la juventud, como la que sentíamos con Alma.
  • “Do Ya Think I’m Sexy?” – Rod Stewart (noviembre): Un guiño a la pasión de mi padre por la vida.

Argentina y Latinoamérica

  • “Una lágrima y un recuerdo” – Grupo Miramar (1978): La melancolía que mi madre llevaba en su corazón.
  • “A mi manera” – Vicente Fernández (1978): La fuerza de vivir a su modo, como mi padre.
  • “Y cómo es él” – José Luis Perales (1978): El eco de las preguntas sobre el amor que empezaban a formarse.
  • “Mi gran amor” – Sandro (1978): La intensidad del amor que unía a mi familia.
  • “América” – Nino Bravo (1978, reedición póstuma): Un canto a la esperanza que latía en nuestra casa.

Así sonaba 1978, un año de baile y resistencia, donde la música hablaba de amor, lucha y sueños en un mundo convulso.

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Acerca de mí

Hola soy FIDEL

“Hola, soy Fidel Ernesto Verón. Nací en Argentina, y mi vida ha sido una aventura de creación constante: desde mis primeros emprendimientos hasta proyectos que buscan transformar el mundo. Este espacio es un espejo de mis ideas, mis libros, mis sueños y mis desafíos. Creo en el poder de las ideas, en la tecnología como puente, y en el alma humana como motor de todo cambio.”

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