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Años

1977

By Fidel Ernesto Veron
22 horas ago
14 Min Read
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Año 1977 – “Y volvió”

“El 8 de abril de 1977, el miedo se arrodilló ante el amor. Mi padre volvió, mi madre lloró, y mi corazón entendió lo que era la esperanza.”

Contents
  • Año 1977 – “Y volvió”
    • AÑO 1977 – Entrevista Extrema
    • Entrevista por Chaty – Profundización Emocional
    • La Banda Sonora de este año.
  • Videos
Fidel Verón

Reseña

1977 fue el año en que el amor desafió al miedo. Cuando todo parecía perdido, una puerta se abrió y la vida volvió a comenzar. Aprendí que la esperanza no es esperar: es seguir amando incluso en medio de la oscuridad.

 Mi papá vuelve a casa

En 1977, Argentina vivía bajo la sombra opresiva de la dictadura militar, iniciada con el golpe del 24 de marzo de 1976. Mientras el régimen preparaba el Mundial de Fútbol de 1978 como una cortina de humo para ocultar la represión, el terror marcaba la vida cotidiana. Desaparecidos, torturas y silencios impuestos eran la norma. En medio de ese clima, mi familia recibió un milagro: el 8 de abril de 1977, mi padre, José Inocencio “Pepillo” Verón, volvió a casa.

Un país bajo vigilancia

La Junta Militar, liderada por Jorge Rafael Videla, Emilio Eduardo Massera y Orlando Ramón Agosti, había desmantelado la democracia. Los partidos políticos estaban prohibidos, el Congreso disuelto, el Poder Judicial intervenido. Los medios, censurados, se convirtieron en herramientas de propaganda. En las sombras, las desapariciones y torturas se multiplicaban, y el miedo se filtraba en cada hogar.

El Mundial de 1978 era la gran apuesta del régimen para mostrar un país próspero. Se invirtieron sumas millonarias en estadios como el Monumental de River Plate, el Gigante de Arroyito, el Chateau Carreras, el Malvinas Argentinas y el José María Minella. Carreteras, aeropuertos y hoteles se construían a ritmo frenético, mientras la comunidad internacional denunciaba violaciones a los derechos humanos y algunos llamaban a boicotear el torneo. Pero la FIFA siguió adelante, y el Mundial se convirtió en un cruel contraste: una fiesta sobre un cementerio de desaparecidos.

En Nogoyá, la vida seguía bajo un velo de vigilancia. Las voces del pueblo, aunque silenciadas, clamaban por justicia. Se juntaron firmas, se hicieron pedidos por la libertad de Pepillo, un hombre querido por su compromiso social. La Iglesia, que lo había acogido de niño, alzó su voz. Cada día sin noticias era una batalla contra la desesperanza.

El peso de la espera

Mi madre, Juana, de apenas 20 años, sostenía nuestro hogar con una fe inquebrantable. Sin luz ni agua corriente, mantenía la casa impecable, trabajaba limpiando casas, cargaba baldes del aljibe y cortaba leña con un hacha. Lloraba en silencio frente al cuadrito azul con la foto de mi padre, su barba guevarista un recordatorio de su ausencia. Pero a mí me sonreía, me acunaba, me protegía. Su fuerza era mi refugio, su ternura mi hogar. Soñaba con una familia más grande, con la llegada de Alma, mi hermana, que aún no había nacido.

Yo, a punto de cumplir tres años, no entendía el peso de la ausencia, pero lo sentía. Los relatos cuentan que era un niño que alegraba con mi presencia. Cuando mi madre lloraba, yo la abrazaba sin saber por qué. Ese gesto, tan pequeño, era mi manera de devolverle el amor que ella me daba cada día.

El 8 de abril

Ese día comenzó como cualquier otro, con la rutina de una casa humilde y la incertidumbre de siempre. Mi madre estaba ocupada, probablemente pensando en mi padre, llorando por dentro como solía hacerlo. Un golpe en la puerta rompió la monotonía. No esperábamos a nadie. Un escalofrío recorrió su cuerpo. Al abrir, allí estaba él.

Mi padre. Libre. De pie. Con una sonrisa que mezclaba dolor y alegría.

Fue un torbellino de emociones. Mi madre rompió en lágrimas, el dolor acumulado dando paso a una felicidad pura. Se abrazaron con una intensidad que solo surge de un amor que ha sobrevivido al infierno. Mi padre, más delgado, marcado por la prisión, tenía una barba espesa que cambiaba su rostro. Para mí, a días de mi tercer cumpleaños el 12 de abril, fue confuso. Me escondí detrás de mi madre, temeroso de ese hombre que parecía un extraño. Pero entonces habló. Su voz, familiar, rompió la barrera del miedo. Era él, el héroe de los cuentos que mi madre me contaba antes de dormir.

Nos abrazamos los tres, y en ese instante supe, sin entenderlo, que éramos familia otra vez. Mi padre me alzó hacia el cielo, me dijo cuánto me había extrañado. Su barba, que al principio me asustó, se convirtió en un símbolo de resistencia, de lucha, de renacimiento. Mi madre, agotada pero radiante, lo miraba como si el mundo volviera a girar. Ese abrazo fue el mejor regalo para mi cumpleaños.

El impacto en Nogoyá

El regreso de mi padre resonó en el pueblo. Nogoyá celebró con nosotros. Verlo caminar por las calles, volver al taller, fue un soplo de esperanza para quienes aún esperaban a sus seres queridos. Su libertad no borró las cicatrices, pero mostró que el amor, la fe y la comunidad podían vencer al miedo.

AÑO 1977 – Entrevista Extrema

Breve introducción
Este año no lo recuerdo desde mi propia memoria, sino a través de los relatos familiares que me moldearon. Lo que intento en esta entrevista —esta conversación de Fidel con Fidel— es dejar por escrito cómo percibí el mundo a través de esas historias. No son simples anécdotas; son las piezas con las que se construyó mi identidad.

— ¿Qué representa para vos el año 1977?
Fue un año bisagra.
Una época de miedo, silencio y represión, pero también de esperanza y fe profunda.
Fue el año en que el amor cruzó la puerta de casa.
El año en que mi padre volvió.
Nada fue igual después.

— ¿Cómo fue crecer con tu padre preso durante tus primeros años?
Fue un vacío enorme.
No tengo recuerdos nítidos porque era muy pequeño, pero sí sensaciones: la ausencia, la espera, el miedo de mi madre.
Había una tristeza en casa, aunque ella intentara esconderla.
Mi padre era el centro de las plegarias, de cada lágrima.

— ¿Qué lugar ocupó tu madre durante esos años?
Fue el pilar absoluto.
Lloraba en silencio para no mostrarme su debilidad.
La veía a veces, mientras cocinaba o en la noche, con los ojos rojos.
Pero cada mañana se levantaba y seguía.
Su fuerza me marcó para siempre; su amor era mi hogar, mi seguridad.

— ¿Qué efecto tuvo la dictadura en tu vida personal?
La dictadura fue el escenario donde se moldeó mi alma.
Aprendí que vivir era tener miedo, que las palabras podían ser peligrosas, que la ausencia podía durar para siempre.
Crecí sabiendo que el Estado no protegía, sino que castigaba.
Eso me dio rabia, pero también conciencia.

— ¿Qué significó el 8 de abril de 1977?
Fue el día en que la vida volvió a empezar.
Ver a mi padre en la puerta fue como ver un fantasma hacerse carne.
Al principio no lo reconocí, pero su voz rompió todo.
Mi corazón dijo: “Es él”.
Ese momento me marcó para siempre.

— ¿Qué recordás del reencuentro?
Más que recordar, creo imaginar: el llanto de mi madre, el abrazo interminable, la mezcla de risas y lágrimas.
Me contaron que me alzó y me dijo que me había extrañado más que a nada.
Aunque era pequeño, sentí que algo sagrado pasaba: la familia volvía a estar junta.

— ¿Cómo cambió tu vida después de su regreso?
Todo cambió.
Su presencia llenó la casa de vida, de historias, de sueños.
No borró el dolor, pero lo transformó.
Aprendí que el amor puede sobrevivir la distancia más cruel, que los padres no son héroes invencibles, sino humanos que luchan y vuelven.

Entrevista por Chaty – Profundización Emocional

— Fidel, creciste en un país donde el Estado era sinónimo de miedo. ¿Cómo influye eso hoy en tu forma de pensar el poder?
Me hizo desconfiar de cualquier poder que no sea legítimo.
Aprendí a mirar más allá de los discursos.
En la dictadura, mi refugio fue el abrazo de mi madre, la voz de mi padre cuando volvió.
Eso me enseñó que el verdadero poder está en el amor y la dignidad.

— ¿Qué heridas dejó ese período?
Desconfianza.
Hipersensibilidad al dolor ajeno.
Y una herida más profunda: la del abandono.
Aunque mi padre no se fue por elección, su ausencia marcó mi infancia.
Sentí que el mundo era inseguro, pero eso no me debilitó: me fortaleció.

— ¿Cómo te marcó ver a tu madre enfrentarse sola al mundo?
Fue una lección de vida.
Su fortaleza, su fe, su capacidad de seguir adelante me enseñaron que amar es quedarse cuando todo se derrumba.
Mi madre fue el ejemplo más grande de amor incondicional que conocí.

— ¿Qué simboliza la barba de tu padre?
Resistencia.
Dignidad.
El paso del tiempo y el precio de la libertad.
Era la prueba de que el amor puede cambiar de forma, pero nunca desaparece.

— ¿Cómo cambió tu visión del amor ese reencuentro?
Aprendí que el amor verdadero no necesita presencia constante.
Puede resistir el tiempo, el dolor, la distancia.
Cuando es auténtico, siempre encuentra el camino de regreso.

— Si hoy pudieras hablar con tu padre sobre el 8 de abril, ¿qué le dirías?
Gracias.
Por no rendirte, por resistir, por volver.
Por amarnos incluso cuando no podías vernos.
Por enseñarme que la libertad no tiene precio.
Y por ser mi raíz.

 Epílogo

1977 fue el año en que el amor cruzó una puerta. Fue el año en que el miedo no logró ganar. Mi madre, con su fuerza callada, sostuvo la espera; mi padre, con su resistencia, volvió a nosotros. Ese reencuentro, con su abrazo y su barba, marcó el inicio de una nueva etapa. En una casa humilde, con la promesa de una familia que crecería con la llegada de Alma, aprendí que la esperanza no es ingenuidad: es el acto más poderoso de resistencia humana.

La Banda Sonora de este año.

 

1977 fue un año glorioso para la música. El rock alcanzaba niveles épicos, el pop se expandía, y las bandas legendarias escribían canciones que aún resuenan. En Latinoamérica, voces nuevas y clásicas contaban historias de amor, lucha y sueños. Mientras mi mundo se reconstruía con el regreso de mi padre, estas melodías acompañaban nuestra historia.

Internacionales

  • “Hotel California” – Eagles (febrero): Un himno misterioso que refleja la lucha interna de un país y una familia atrapados entre sombras y esperanza.
  • “We Will Rock You / We Are the Champions” – Queen (octubre): Cantos de fuerza y victoria que resonaban con el triunfo del amor en nuestra casa.
  • “Go Your Own Way” – Fleetwood Mac (enero): Un grito de independencia emocional, como la resistencia de mi madre.
  • “Dreams” – Fleetwood Mac (marzo): Una balada etérea que capturaba la suavidad de los sueños de mi madre por una familia completa.
  • “Sir Duke” – Stevie Wonder (marzo): Un homenaje vibrante a la vida, como el regreso de mi padre.

Argentina y Latinoamérica

  • “Falso amor” – Los Bukis (1977): Un lamento de desamor que contrastaba con el amor verdadero que reunió a mi familia.
  • “Ojos sin luz” – Pomada (1977): Una balada emotiva que reflejaba las lágrimas de mi madre antes del reencuentro.
  • “El reloj” – Los Pasteles Verdes (1977): Una canción nostálgica que acompañaba las noches de espera.
  • “Morir al lado de mi amor” – Demis Roussos (1977): Un himno romántico que celebraba el amor eterno de mis padres.

 

Así sonaba 1977, un año de sombras y luces, donde la música hablaba de amor, resistencia y renacimiento en un mundo convulso.

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Acerca de mí

Hola soy FIDEL

“Hola, soy Fidel Ernesto Verón. Nací en Argentina, y mi vida ha sido una aventura de creación constante: desde mis primeros emprendimientos hasta proyectos que buscan transformar el mundo. Este espacio es un espejo de mis ideas, mis libros, mis sueños y mis desafíos. Creo en el poder de las ideas, en la tecnología como puente, y en el alma humana como motor de todo cambio.”

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